El arte de pensar by Rolf Dobelli

El arte de pensar by Rolf Dobelli

autor:Rolf Dobelli [Dobelli, Rolf]
La lengua: spa
Format: epub
editor: B de Books
publicado: 2016-06-14T22:00:00+00:00


La pereza social

Por qué los equipos son vagos

Maximilian Ringelmann, un ingeniero francés, investigó en 1913 el rendimiento de los caballos. Descubrió que el rendimiento de dos animales de tiro enganchados juntos a un carruaje no es el doble que el rendimiento de un único caballo. Sorprendido por este resultado, amplió su investigación a la gente. Hizo que varias personas tiraran de una cuerda y midió la fuerza que cada uno aplicó. De media, las personas que tiraban en pareja invertían el 93 por ciento de la fuerza de un único tirador; si tiraban de tres en tres, era del 85 por ciento; y en grupos de ocho, solo el 49 por ciento.

Aparte de sorprender a los psicólogos, este resultado no sorprende a nadie. La ciencia lo denomina «pereza social» (social loafing). Aparece donde el rendimiento del individuo no es directamente visible, sino que se diluye en el grupo. Hay pereza social en el remo, pero no en los relevos, porque en este caso las contribuciones individuales son públicas. La pereza social es un comportamiento racional: ¿por qué invertir toda la fuerza si con la mitad es suficiente sin que se note? En resumen, la pereza social es una forma de engaño que nos hace culpables a todos. Por lo menos, no intencionadamente. El engaño se desarrolla inconscientemente, como en el caso de los caballos.

Lo sorprendente no es que el rendimiento individual retroceda cuanta más gente tira de una cuerda. Lo sorprendente es que no caiga a cero. ¿Por qué no una pereza total? Porque un rendimiento cero llamaría la atención con todas sus consecuencias, como la expulsión del grupo o el descrédito. Hemos desarrollado un fino sentido para saber hasta qué grado resulta invisible la pereza.

La pereza social no solo se presenta en el rendimiento físico. También vagueamos mentalmente, por ejemplo en reuniones. Cuanto mayor es el equipo, más débil es nuestra participación individual, hasta que el rendimiento de un determinado tamaño de grupo alcanza un nivel del que ya no puede bajar más. Ya no importa si el grupo se compone de veinte o cien personas: se ha alcanzado el máximo grado de pereza.

Hasta aquí, bien. Pero ¿de dónde sale la afirmación repetida desde hace años de que los equipos son mejores que los luchadores individuales? Quizá de Japón. Hace treinta años, los japoneses inundaron los mercados mundiales con sus productos. Los economistas examinaron detenidamente el milagro industrial y vieron que las fábricas japonesas estaban organizadas en equipos. Precisamente ese es el modelo que se imitó, con éxitos divergentes. Lo que en Japón funcionó bastante bien (mi tesis: la pereza social apenas se da allí) no se pudo reproducir a escala con los norteamericanos y europeos, con distintas idiosincrasias. En todo caso, aquí los equipos son probablemente mejores si se componen de personas especializadas lo más diferentes posible. Tiene sentido, pues en esos grupos los rendimientos individuales pueden atribuirse a los especialistas.

La pereza social tiene efectos interesantes. En los grupos no solo ocultamos el rendimiento, sino también la responsabilidad. Nadie quiere tener la culpa de los malos resultados.



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